ESTA ES LA HOMILIA DEL
EXMO. SR. OBISPO ONÉSIMO CEPEDA SILVA
EN LA BASÍLICA DE GUADALUPE
EL 3 DE SEPTIEMBRE DE 2011
Fruto especial de este año de gracia ha sido la realización de nuestro Primer Sínodo Diocesano. Los meses pasados hemos trabajado con mucha fe, esperanza y caridad, en esta gran asamblea y en las tres últimas semanas tuvimos el desarrollo de su parte central con sacerdotes, diáconos permanentes, religiosos y religiosas, seminaristas y laicos, que como sinodales representaron a la Iglesia Particular de Ecatepec. Nuestros pensamientos y nuestros corazones hoy están llenos de experiencias y propuestas que se han compartido. Quiero como su Padre y Pastor agradecer a todos los participantes en este Sínodo que ha sido una gran bendición para todos.
La primera etapa de este camino, nos sirvió para vislumbrar mejor, el estado pastoral de la diócesis, aunado a esto; analizamos los gozos y esperanzas, problemas y retos de nuestra sociedad de Ecatepec. En la segunda etapa se han delineado interesantes perspectivas para afianzar lo positivo y afrontar nuestros desaciertos con un ánimo de renovación. El Sínodo Diocesano hará que a través de nuestro Plan Diocesano de Pastoral no solo se impulse un movimiento de Iglesia, sino una Iglesia en movimiento.
La tarea que está por venir es asimilar todas las propuestas y traducirlas en directrices operativas, y por medio de estas, todos los sacerdotes, laicos comprometidos y miembros de la Vida Consagrada, nos sintamos responsables, interesándonos y contribuyendo al futuro de nuestra Iglesia en la edificación del Reino de Dios entre nosotros. Esta participación es requerida por la naturaleza del Sínodo, estamos llamados a “caminar juntos” hacia la plena aplicación del proyecto que Dios quiere lograr en nuestra Diócesis de Ecatepec. Nadie debe sentirse excluido, ya que la participación de todos los católicos en esta tarea, hará que nuestro Sínodo tenga un resultado exitoso para la Gloria de Dios y santificación nuestra.
En este momento, queridos hermanos, invoquemos al Espíritu Santo en esta hermosa casita del Tepeyac, para que bajo la intercesión de la Virgen de Guadalupe, este sínodo produzca frutos abundantes, y nosotros como Iglesia o Cuerpo Místico de Cristo seamos signo e instrumento de unidad y salvación para todo hombre.
También como su Padre y Pastor que los ama, quiero reflexionar sobre los acontecimientos que se han presentado durante estos últimos tiempos en nuestra Diócesis y en nuestra nación mexicana: La violencia se ha incrementado significativamente y en consecuencia tenemos más de 40,000 muertos, y algunos de estos hechos violentos han sido inauditos, cometidos con brutalidad y barbarie. Se ha multiplicado la pobreza, manifestándose de una manera palpable entre nosotros. Así mismo, la voz de la sociedad se ha alzado con diferentes manifestaciones a favor de la Paz y el cese de la violencia, sin embargo; esta no llega, y pareciera que nos estamos hundiendo en un pozo donde no tocamos fondo.
En varios responsables de la vida política, económica y de distintos ámbitos sociales de nuestro país, se ha manifestado un enorme egoísmo para resolver los problemas que nos aquejan, prevaleciendo los intereses personales y políticos con proyectos a corto plazo, pasando por alto el bien común y los intereses nacionales. Por otra parte se han fortalecido las condiciones para que el crimen organizado siga creciendo: hay impunidad, corrupción, negligencia, lavado de dinero, extorsiones, robos con o sin violencia, secuestro de migrantes y desinterés de muchas autoridades. Por desgracia, se busca doblegar a toda la sociedad con la inestabilidad política, social, económica y hasta psicológica, a través de un sometimiento por intimidación y violencia, para lograr sus objetivos económicos, políticos e ideológicos.
Surgen entre nosotros las preguntas: ¿Qué nos está pasando? ¿A dónde nos dirigimos como sociedad? ¿Cuándo terminará todo esto que estamos viviendo?
Ante estas interrogantes invito a contemplar a la luz de la fe, estos acontecimientos. Los cristianos, sabemos que la razón última del por qué nuestra sociedad, ha dejado de ser un espacio de verdadera fraternidad para convertirse en escenario de divisiones, tensiones, rivalidades y desigualdades injustas, es el pecado; el cual se manifiesta como la transgresión de la ley de Dios y el rechazo del verdadero bien del hombre. Quien peca se rehúsa al amor divino, se opone a la propia dignidad del hombre llamado a ser hijo de Dios y hiere la belleza espiritual de la Iglesia y del mundo.
Sin embrago, los cristianos igualmente conocemos que el Señor puede transformar esta condición de nuestra sociedad, porque "donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia" (Rm 5, 20). Y como enseña san Pablo: “Ahora, en Cristo Jesús y por su sangre, ustedes que estaban lejos han venido a estar cerca. El es nuestra paz. El ha destruido el muro de separación: el odio, y de los dos pueblos ha hecho uno solo. (Ef 2, 13-14). Recordemos que en el nacimiento de nuestro Salvador se escuchó: “Paz en la tierra a todos los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14), también extendió sus brazos en la Cruz para reunir a los hijos de Dios dispersos (cf. Jn 11, 52), y habiendo resucitado, el Señor dice a sus apóstoles: “la paz esté con Ustedes, Soy Yo, no teman” (Cfr. Lc 24, 36-39)
La Iglesia, continúa la obra de Cristo extendiendo su gracia redentora, teniendo como objetivo reconciliar consigo todas las personas y los pueblos en la unidad, la fraternidad y la paz. Todos los que formamos la Iglesia, vemos en las bienaventuranzas el deber ser de la vida del cristiano, el camino seguro que nos lleva a la verdadera realización; obteniendo no sólo la felicidad, sino la vida eterna. Por eso vienen a mi mente estas palabras del Divino Maestro: “Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9) No podemos llamarnos hijos de Dios, de una forma ligera o superficial, sino conscientes de nuestra tarea de no solo tener paz, sino buscar la paz. Los discípulos de Cristo mantienen la paz, prefiriendo sufrir a ocasionar dolor a otro, conservado la comunidad cuando otro la rompe. Los pacíficos llevan la Cruz con su Señor; porque en la Cruz se crea la paz y el mundo no puede salvarse sino con la Cruz de Cristo. (San León Magno, Sermón 51).
La paz es un don de Dios, pero también requiere nuestra acción decidida y solidaria. Es un valor tan importante, que debe ser proclamado y promovido por todos. No hay ser humano que no se beneficie con ella. Por eso debemos contemplar la paz como un valor universal a que todos aspiramos. Cuando tenemos paz en nuestro corazón tenemos descanso. El objetivo de la paz como valor universal debe ser abordado con gran honestidad intelectual, con franqueza de espíritu y un agudo sentido de responsabilidad hacia sí mismos y hacia todos los que formamos la sociedad. La paz debe realizarse en la verdad; debe construirse sobre la justicia; debe estar animada por el amor; debe hacerse en la libertad (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada de la Paz, 1980)
Quisiera recordar a los responsables de las decisiones políticas, económicas y sociales que afectan a todos, que mucho de lo que anhelamos de nuestro país en un futuro depende de ellos. También a todos los cristianos y hombres y mujeres de buena voluntad, nos corresponde vivir en la solidaridad y la cooperación, sabiendo que todos estamos unidos o conectados, esta interdependencia puede ser muy beneficiosa si buscamos la paz, o muy destructiva si fomentamos el egoísmo y la violencia. Todos formamos un solo cuerpo.
Ante las situaciones que nos agobian, es fácil caer en desanimo, en depresión o derrotismo, pero recordemos que el cristiano está animado por la esperanza de vida, somos capaces de esperar contra toda esperanza (cfr. Rom 4, 18), escuchemos la voz de nuestro Santo Padre Benedicto XVI: “Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto”. (Spe Salvi, 31). Pongamos en práctica el amor de Dios y al prójimo para alcanzar la Paz que tanto anhelamos.
Por último, deseo consagrar a la Diócesis de Ecatepec, al amparo y protección de la Virgen de Guadalupe:
Madre del Verdadero Dios por quien se vive: te encomiendo a mi amada Diócesis de Ecatepec, para que siga creciendo en la Escucha de la Palabra de Dios y la ponga en práctica, siendo una diócesis evangelizada y evangelizadora.
Virgen de Guadalupe: pongo bajo tu regazo a mis sacerdotes, que han colaborado conmigo en la delicada labor de apacentar al rebaño de tu Hijo.
Dales tu protección, inflámalos en el amor a Jesucristo y a su Iglesia como tú nos has enseñado.
Morenita del Tepeyac: cuida con amor a mis seminaristas, que abran su corazón y se configuren a Cristo Buen Pastor, haciendo suyas las palabras que un día dijiste: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 15)
Siempre Virgen Santa María: entrego en tus benditas manos a todos los religiosos y religiosas de mi Diócesis, que por la profesión de los consejos evangélicos, unidos a Cristo; colmen de santidad nuestra Iglesia.
Reina de México y emperatriz de América: guía a todos los laicos y laicas de mi amada Diócesis para que sepan construir el Reino de Dios en los ámbitos social, económico, político y familiar, que lleven la levadura de la palabra de Dios a todo el mundo.
Bendice y protege a los niños para que crezcan en estatura, en inteligencia y en la gracia de Dios, como lo hizo tu Hijo Jesús. En especial cuida a mis monaguillos que hoy y siempre me acompañan alegrando mi corazón de obispo.
Haz que los jóvenes sean iluminados con la verdad del Evangelio y lo vivan de una manera auténtica y comprometida.
Intercede por todos los Matrimonios y familias, para que cuiden el regalo de la vida y formen verdaderas Iglesias Domésticas, como la Sagrada Familia que formaste con Jesús y San José.
Consuela a los ancianos y enfermos, a los que están pasando por alguna tribulación, o necesidad, que encuentren en ti ayuda; como lo hiciste en tu primer milagro, sanando a Juan Bernardino en Tulpetlac, que es parte de nuestra Diócesis de Ecatepec.
Ilumina a los gobernantes y a los políticos para que en todas sus acciones y decisiones los mueva solo el amor a México, para edificar así el México que todos esperamos; el México del amor y de la paz, el México de Cristo.
Y a mí, Primer Obispo de esta hermosa Diócesis, concédeme perseverar en la misión que tu Hijo a través del Santo Padre, me ha encomendado como sucesor de los Apóstoles; que sea útil pastor para tu Iglesia y me ayudes junto con el Pueblo que se me ha encomendado a alcanzar la Santidad.
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