Quien encuentra a Jesús y se adhiere a Él comienza a amar a sus hermanos. Surge así una comunidad y unas personas renovadas. Para que esa renovación profunda perdure, Jesús nos ha regalado su Espíritu. El Espíritu es la luz y la fuerza que nos auxilian para discernir y cumplir la voluntad del Padre. La misión de Felipe en Samaria fue la ocasión de que aquella sociedad viviera una transformación significativa.
Las personas se liberaron de su alienación y aprendieron a dejarse guiar por el Señor Jesús. La Primera Carta de Pedro nos dirige una cálida exhortación a testimoniar gustosamente nuestra esperanza cristiana cada que seamos requeridos.
Monseñor Luis Martínez Flores.
Párroco.
BEATIFICACIÓN
(Etim. Latín beatificatio, el estado de ser bendito;
de beatus, feliz.)
La beatificación es una declaración, hecha por el Papa como cabeza de la Iglesia, de que un siervo de Dios vivió una vida de santidad (ha ejercido las virtudes cristianas en grado heroico) y/o tuvo muerte de mártir y está ahora en el cielo. La beatificación es una sentencia no definitiva, que tiende a la canonización. La beatificación permite que se le tribute culto público de veneración con ciertas limitaciones. La veneración universal está reservada para los santos canonizados.
Antes de la beatificación hay varios procesos. Primero se examina por años la vida, virtudes, escritos y reputación de santidad del siervo(a) de Dios que está en consideración. Este proceso generalmente es conducido por el obispo del lugar donde el candidato vivió o murió. Para un mártir, en este primer proceso no hay necesidad de considerar los milagros hechos a través de su intercesión.
Cuando el primer proceso revela que el siervo de Dios practicó las virtudes en un grado heroico o murió como un mártir de la fe, puede comenzar el segundo proceso, llamado Apostólico, que está a cargo de la Congregación para la Causa de los Santos (uno de los dicasterios que ayudan al Papa).
Monseñor Luis Martínez Flores.
Párroco.
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oración de la misericordia divina
Oh Dios, cuya Misericordia es infinita y cuyos tesoros de compasión no tienen límites, míranos con Tu favor y aumenta Tu Misericordia dentro de nosotros, para que en nuestras grandes ansiedades no desesperemos, sino que siempre, con gran confianza, nos conformemos con Tu Santa Voluntad, la cual es idéntica con Tu Misericordia, por Nuestro Señor Jesucristo, Rey de Misericordia, quien con Vos y el Espíritu Santo manifiesta Misericordia hacia nosotros por siempre. Amen.
“Oh Sangre y Agua, que brotasteis del Sagrado Corazón de Jesús como una Fuente de Misericordia para nosotros, yo confío en vos.”
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